jueves, 30 de mayo de 2013

Urol



Hoy es un día en el que la realidad me ahoga, en el que el peso de lo cotidiano se centra en un punto sobre mí con la fuerza de mil gravedades.
No comprendo lo para todos comprensible. Participo de un mundo ajeno, del que me siento lejos, desde otro que prefiero inventarme buscando fuera lo que en realidad necesito encontrar dentro.
He caminado todo este tiempo hasta terminar en lo alto de este acantilado, y me paro en su borde sin querer esperar. Necesito saltar y llenarme del mar que supongo debajo, quiero sentir; pero la niebla de los miedos no me deja ver más allá y la cobardía me dice al oído que lo sensato es esperar en el límite de este abismo a que la brisa húmeda que nace de su inmensidad trepe por el filo de las piedras y me acaricie invitándome a bajar. 
Lo hago... Sin entender cómo ni por qué la mediocridad de lo sensato me presiona, me ata y no salto. Me he golpeado tantas veces que el solo recuerdo del dolor me deja sin voluntad. El susurro oscuro de la duda me atraviesa los oídos y me transforma en un ente sin sentidos. Soy las rejas de mi propia celda, soy lo que me prohíbe vivir lo que quiero y necesito vivir. Me miento día a día, me saboteo creando un mundo limitado que me da una falsa realidad de seguridad para consolarme de mi propias deficiencias.
Sin embargo, desde esta ausencia generada te siento, no creas que no puedo. Yo sé que estás ahí. Y mi última estrategia es que me inundes de presencia para que la brisa de tu encuentro sea salitre que corroa el hierro que me esconde y aprisiona. Para que al fin pueda saltar y sentirme liviano, en tu compañía, feliz.