lunes, 3 de agosto de 2015

Un mes

Tres palabras rompieron la espera: Tengo que buscarla.

Después, todo el plan. Como una ironía del destino que invitaba a la revancha de una tarde triste, de nuevo el parque en una tarde de calor. Correría con todas sus fuerzas las piedras de miedos y dudas que tantas veces lo habían ahogado, y en la forma más vulnerable se dejaría ver. Iría a decirle que la quería, que nunca la había podido olvidar, que la extrañaba todas las mañanas. No importaba el después, no tenía sentido pensar en las consecuencias. Debía soltar lo que por tanto tiempo lo había hecho escribir.
Pensó detalladamente en cada palabra, las ordenó sistemáticamente para que construyeran un puente entre sus almas a medida que las decía. Sabía que no tenía tiempo ni más que una chance y no podía pensar en nada más que en -Tengo que buscarla-.

Pasaron los días entre planes y miedos hasta que sin darse cuenta se encontró sentado en la isla de los poetas viéndola pasar a lo lejos. Intentó imaginar el encuentro, pero no podía pensar en nada más que en cuánto la quería, en que era la mujer más hermosa que había visto jamás, en cada momento que habían pasado juntos, en el más puro amor. 
Esperó lo más que pudo hasta que ya no aguantó más.-Tengo que buscarla-.
Se levantó y caminó hacia ella olvidando los discursos, los motivos que lo habían llevado a estar esa tarde en el parque. Sólo quería sentirla cerca, cerrar los ojos en el preciso instante en que la saludaba con un beso para guardarse esa milésima de segundo para siempre.
La tuvo a su lado y la tomó del brazo rompiendo con años de angustia e invisibilidad. Ella se dio vuelta, se miraron a los ojos, no supieron qué decir. Como en los cuentos, despertaron y estaban juntos otra vez, en un mundo detenido sólo para ellos. Como si casi siete años hubiesen pasado en una noche, como si las distancias hubiesen sido parte de un largo sueño, se miraban, se sentían, se pensaban, se necesitaban. Se dieron cuenta en ese encuentro que en la tarde en que se conocieron, se habían elegido para siempre.

Hoy son ellos, un alma, el complemento. Hoy son un mes.
Hoy él se acuerda de las palabras que había pensado decirle en aquella tarde en que tenía que buscarla. Sacó una hoja y, sabiendo que la vería en unos días, que ya no había distancias, le escribió:  

Quiero morir de risa con vos, que inventemos filosofías y palabras sin sentido.
Quiero que tengas que hacerme cosquillas para escaparte de mí.
Quiero camas, desayunos y cenas con vos.
Que vengas cada día a contarme lo lindo que estuvo tu día, lo contenta que estás, y cuando eso no pase, compartir las complicaciones para que pesen menos y puedas volar alto de nuevo.
Quiero que el mundo nos quede chico.
Quiero ser arena tibia entre los dedos de tus pies.
Te quiero, siempre te quiero y te elijo para siempre.


sábado, 31 de enero de 2015

Destiempo




Cuentan las malas lenguas que las nieblas nocturnas del arroyo Azul dan vida a un ser misterioso. Un ente errante en busca de desventurados, cubierto en una capa oscura y fría de bruma que lo hace imperceptible al ojo de quienes tienen el coraje y la credulidad suficiente como para buscarlo.
Es imposible saber de él más que de la leyenda, ya que aquellos a quienes se les ha aparecido guardan un silencio más profundo que la misma niebla, no por miedo a éste ser, sino porque el haber sido elegidos implica reconocerse miserables.

Se me había hecho más tarde que de costumbre aquella noche fría, mientras caminaba apurado por la costanera oscura pensando en por qué el colectivo amarillo nunca pasa cuando se lo necesita. La niebla del Callvú aguas abajo ya era espesa y helaba hasta los huesos. Nunca había visto la entrada al parque tan lúgubre e intimidante como aquella vez, las rejas semiabiertas invitando al miedo, el ruido de las pisadas sobre las piedras como cadenas arrastradas en lamentos sobre la sombra que los árboles proyectaban en la penumbra.
Fue sobre el puente de la Isla de los Poetas donde me encontró. Nunca pude ver su silueta hasta que una mano larga se estiró hacia la mía, tomándomela en señal de saludo. - Sería una descortesía de mi parte si no me presento, me dijo con una voz que me resultó familiar. - Soy tus miedos, tus fantasmas, y te elegí esta noche porque reconocí en tus ojos la oscuridad del desencuentro.
Nunca tuve miedo, no intenté correr, simplemente caminé sin saber qué pensar mientras lo veía seguirme los pasos, hasta que al llegar al torreón volvió a pararme. - Sobre el cañón he dejado tres cartas mirando sobre su cara opuesta, todas representan desdicha, ninguna te libera, no te darán felicidad y siempre vas a perder. Quiero que vayas y des vuelta la que menos intuyas que es la correcta, aquí todos los juegos son al revés. 
Me acerqué al cañón apenas iluminado por la luz parpadeante del farol del torreón, sobre su cuerpo estaban los tres naipes que me había nombrado formando una línea horizontal. Di vuelta la que estaba a la izquierda e inmediatamente me reconocí dibujado en el anverso, siendo sepultado en la parte inferior de un reloj de arena. Sobre el vidrio que contenía la arena del reloj se podía leer la palabra "destiempo", la arena zigzagueaba mientras caía y escribía "soledad".  
Me reconocí viviendo entre el desengaño de buscar y no encontrar y el engaño absurdo que implica encontrar lo que no busco.
Tuve al ser de niebla, a mis fantasmas, de nuevo en frente, me sacó la carta violentamente de mis manos y pude ver oscuro infinito dentro su capa.

-Nunca se llega más tarde que a los amores no correspondidos, me dijo, y desapareció tras la niebla.