jueves, 11 de marzo de 2010

La puerta...


Adios, hasta siempre, debí decirte. Mientras agachaba la cabeza, que cedía ante la presión del dolor y la angustia que me causaba desaparecer; y cruzaba por el umbral de una puerta a la que todavía se le podía sentir la tibieza de los sentimientos pasados.
Bajo el últmo escalón, ahogado en el sabor amargo de la despedida y dándome vuelta casi sin pensar te miro por última vez, sintiendo el latigazo de la cadena que se rompía y me daba en el pecho, sabiéndome presa ya de una corriente con destino distinto al tuyo que no haría más que alejarme.
Cuando quise entender que pasaba, la puerta ya se había cerrado. Mi primera sensación fué el miedo al verme atrapado por el frío de la soledad que se hacía sentir en los huesos de mi cuerpo frágil, desprotegido de toda armadura. Desesperado y herido intenté volver, pero ya no encontraba el camino; traté de recordar esa esacalera en la que te había esperado tantas veces, tal vez la misma que hoy habría de bajar por última vez, pero no pude; no había forma de relacionar esa realidad lejana con la que hoy terminaba con nosotros...
Te llamé gritándote tan fuerte como pude, sin embargo descubrí que no emitía más que un sonido roto y me dí cuenta que ya no tenía palabras, las había gastado en vano al intentar mostrarte que estabas equivocada, al discutir tontamente por tormentas traidas por otros vientos. Abrí mis oidos intentando escucharte, pero no había nada más que silencio y frío; y así supe que tampoco vos tenías voz.
Entregado, me inundaron las lágrimas y las sentí golpear como plomo en mi alma. Perdido de todo consuelo, con un respaldo que no era más que el viento que soplaba amenazante, temerario, intentando que no olvide que lo había perdido todo, que te había dejado; me heché a caminar.
No conozco mi destino, no me interesa saberlo. Pero si estoy seguro que voy a recorrerlo sin parar, teniendo la esperanza que, entre tanta vuelta, por ahí nos volvamos a cruzar; día en el que entenderemos que la puerta que se cerró era la de mi corazón, pero no para dejarte fuera, sinó por el contrario, para guardarte en él tal como quise recordarte, para protegerte de la erosión de la vida que intentaba distorsionar mis sentimientos. Ojalá algún día golpees esa puerta, como lo hiciste ya una vez y podamos armar todo como siempre debió haber sido, no merecemos estar así...
Camino, esperanzado camino.