Se recostó recordando palabras que él mismo había
escrito: “Caminaré teniendo la esperanza de volvernos a cruzar. Día en el que
entenderemos que la puerta que se cerró fue la de mi corazón para guardarte en
él tal como quise recordarte, para protegerte de la erosión de la vida que
intentaba distorsionar mis sentimientos. Ojalá algún día golpees esa puerta y
podamos armar todo como siempre debió haber sido…”, y en ese entonces la puerta
sonó.
Era ella, que esperaba inmóvil con una sonrisa
dibujada en su boca y el brillo de sus ojos que le llenaba la vida de colores.
Estaba tan hermosa como la recordaba, como había decidido guardarla el día que
tuvo que despedirla para no olvidarla jamás.
No hicieron más que mirarse sin medir el
tiempo, buscando en el otro la razón del hechizo que los hacía sentir lo
inexplicable, la magia que los hacía viajar hacia aquel día en que se
encontraron por primera vez en esa tarde de verano. La misma que los había
llevado después a parques y plazas, a sierras y pasto, a tormentas y noches.
Él estiró su brazo y le acarició su mejilla
casi sin tocarla con miedo a que se desvaneciera en el aire, tratando de
entender que lo que había deseado por años estaba pasando frente suyo, sorprendido
por la incredulidad de los sueños hechos realidad. La tomó de sus manos y acercándola la besó. Ambos
cerraban sus ojos entregados al más puro amor que se tenían, tratando de
descubrir en el otro el perfume que renacía con cada roce de la piel, sintiendo
en el propio cuerpo otro cuerpo, otra respiración, otros latidos, otro calor. Se
descubrían con sus manos recorriéndose nerviosos en mil abrazos que traducían un
mar de sentimientos. Se perdían en el otro, uniéndose. Estaban juntos, al fin.
De repente la puerta sonó de nuevo y después
todo fue nada…
El brillo de la luz entrando en sus ojos al
abrirse lo hizo entrar en razón: había vuelto a soñar con ella. Suspiró resignado
por la desesperanza de los sueños que terminan escurridos y muertos entre las
manos, preguntándose cuándo sería la próxima vez que la volvería a ver.
Recordó sus alas, esas que habían nacido
gracias a ella, y decidió tocarlas para intentar soñarla un poco más, pero fue
en vano: ya no estaban. Sorprendido se miró el cuerpo y lo que había sido gris
por años tenía ahora colores que le resultaban familiares. Eran los colores del
sueño, esos que sólo ella tenía. Encontró su mano sosteniendo otra mano – Tu
mano y mi mano – pensó. Levantó la mirada y la vio acostada a su lado, preciosa
como nadie en el mundo. La había imaginado tanto, la había esperado tanto… El deseo
era ahora la más palpable realidad.
Acarició su largo pelo que caía como rayos de
sol en su espalda mientras ella despertaba con una sonrisa.
- - Ya
no sos el ángel gris, le dijo. Estamos juntos al fin.
Entendió
así que el Ángel gris había sido parte de un sueño, un personaje que lo mantuvo
en el letargo hasta que la realidad los volvió a unir. El verdadero ángel
siempre fue ella, que había aparecido para salvarlo, para hacer con su magia
sueños realidad.
- - Gracias
por tus colores, que me iluminan en alma. Respondió feliz.
Así,
juntos, comenzaron a escribir una nueva historia, la que los une para siempre.
Una de letras de a dos.