sábado, 31 de enero de 2015

Destiempo




Cuentan las malas lenguas que las nieblas nocturnas del arroyo Azul dan vida a un ser misterioso. Un ente errante en busca de desventurados, cubierto en una capa oscura y fría de bruma que lo hace imperceptible al ojo de quienes tienen el coraje y la credulidad suficiente como para buscarlo.
Es imposible saber de él más que de la leyenda, ya que aquellos a quienes se les ha aparecido guardan un silencio más profundo que la misma niebla, no por miedo a éste ser, sino porque el haber sido elegidos implica reconocerse miserables.

Se me había hecho más tarde que de costumbre aquella noche fría, mientras caminaba apurado por la costanera oscura pensando en por qué el colectivo amarillo nunca pasa cuando se lo necesita. La niebla del Callvú aguas abajo ya era espesa y helaba hasta los huesos. Nunca había visto la entrada al parque tan lúgubre e intimidante como aquella vez, las rejas semiabiertas invitando al miedo, el ruido de las pisadas sobre las piedras como cadenas arrastradas en lamentos sobre la sombra que los árboles proyectaban en la penumbra.
Fue sobre el puente de la Isla de los Poetas donde me encontró. Nunca pude ver su silueta hasta que una mano larga se estiró hacia la mía, tomándomela en señal de saludo. - Sería una descortesía de mi parte si no me presento, me dijo con una voz que me resultó familiar. - Soy tus miedos, tus fantasmas, y te elegí esta noche porque reconocí en tus ojos la oscuridad del desencuentro.
Nunca tuve miedo, no intenté correr, simplemente caminé sin saber qué pensar mientras lo veía seguirme los pasos, hasta que al llegar al torreón volvió a pararme. - Sobre el cañón he dejado tres cartas mirando sobre su cara opuesta, todas representan desdicha, ninguna te libera, no te darán felicidad y siempre vas a perder. Quiero que vayas y des vuelta la que menos intuyas que es la correcta, aquí todos los juegos son al revés. 
Me acerqué al cañón apenas iluminado por la luz parpadeante del farol del torreón, sobre su cuerpo estaban los tres naipes que me había nombrado formando una línea horizontal. Di vuelta la que estaba a la izquierda e inmediatamente me reconocí dibujado en el anverso, siendo sepultado en la parte inferior de un reloj de arena. Sobre el vidrio que contenía la arena del reloj se podía leer la palabra "destiempo", la arena zigzagueaba mientras caía y escribía "soledad".  
Me reconocí viviendo entre el desengaño de buscar y no encontrar y el engaño absurdo que implica encontrar lo que no busco.
Tuve al ser de niebla, a mis fantasmas, de nuevo en frente, me sacó la carta violentamente de mis manos y pude ver oscuro infinito dentro su capa.

-Nunca se llega más tarde que a los amores no correspondidos, me dijo, y desapareció tras la niebla.